Capítulo 8
Mi madre se llamaba Lea y llevaba más de veinte años trabajando como
arqueóloga. Era una mujer corriente, como las demás. No destacaba entre la
multitud, por eso fue tan inesperada su desaparición. Se fue sin nada, sin
avisar. Por eso me costaba tanto aceptar que ya no estaba y que no iba a estar.
Días después de su desaparición la policía encontró un cadáver que parecía ser
de mujer entre los escombros de un quemadero. El cuerpo estaba chamuscado, era
imposible de identificar, pero como para ellos era lo más cómodo, aseguraron
haber comprobado mediante pruebas irrefutables que era ella. Yo sabía que no.
Todo lo que quedó de ella, sobretodo su ropa, fue donada a una
organización para desfavorecidos. Yo elegí quedarme con un solo recuerdo de
entre todas sus pertenencias, uno que había llevado puesto desde que tenía uso
de razón: un colgante de plata con la clave de sol. Desde entonces, siempre lo
he llevado encima, sea alrededor del cuello o como pulsera.
Hacía rato que había comenzado a caminar sin un rumbo fijo, explorando
allá por donde paseaba. Los pequeños y menudos cangrejos correteaban por las
irregulares paredes que sufrían el azote del viento. El mar las castigaba dejando
mella en cada rincón por el que pasaba. Media docena de estrellas de mar
permanecían hacendadas, impasibles ante el choque del agua contra ellas. Las
olas, grandiosas, arrastraban objetos desde el más alejado recoveco.
Un brusco movimiento llamó mi atención y me hizo dar media vuelta. Algo
había aterrizado en la orilla. Más bien diría que las olas lo habían arrastrado
hasta ella. Me acerqué y sujeté con cuidado aquel objeto que el mar había
empapado. Lo escurrí sin mucho esmero y desde una grieta abierta en la parte
posterior de lo que parecía ser una cartera, cayó una fotografía. Cuando la
observé pude diferenciar dos siluetas: al lado derecho, un hombre pasaba su
brazo por encima de los hombros de una joven que se encontraba en la parte
derecha de la imagen. Me imaginé una historia de amor exprimida hasta el
agotamiento que había sido reducida a aquella fotografía. Era imposible ver los
rasgos de aquel muchacho, ya que la foto estaba bastante deteriorada por causa
del agua. En cambio, la cara de la mujer permanecía inmune al efecto del roce
con la sal. Tenía unos ojos grandes y oscuros, el pelo entre rojizo y
anaranjado. Probablemente teñido. Se me hacía muy familiar, tanto que empecé a
preguntarme dónde había visto antes a aquella mujer.
-
¿Nos pretendías abandonar?
Me giré, presa del susto. Estaba tan absorta intentando recordar a la
mujer de la foto que mis sentidos no habían notado la presencia de Eloy.
-
Menudo susto me has dado.
-
Perdona, es que llevaba un rato
esperando, pero como no te dabas cuenta de que estaba aquí, he tenido que
avisarte.- Dijo mientras se acercaba y miraba lo que sostenía entre las manos.-
¿Quiénes son?
-
En realidad no lo sé. Creo que conozco a
la chica aunque no la sepa situar. ¿A ti no te recuerda a alguien?
Aguardé unos segundos mientras Eloy trataba de identificarla. Sus ojos
entrecerrados pasaron de transmitir la ignorancia a la sorpresa de un momento a
otro.
-
¡Claro que sí! Es una de las pasajeras
que viajaba en el autobús. Creo que iba acompañada por su pareja, aunque no
estoy totalmente seguro. Seguramente habrían estado dando una vuelta por aquí y
tuvo tan mala suerte que su cartera aterrizó en el mar.
-
O...- Dije yo pensando en otra de las
innumerables opciones que se me pasaban por la cabeza. Rápidamente me deshice
de tan absurda idea y le di la razón.- Nada, nada. Seguramente es lo que crees.
-
¿O? No me dejes con la intriga. ¿Qué
estaba pasando por esa cabecita?
Mi cara reflejaba algo pésimo. Llegando hasta donde habíamos llegado,
viendo lo que habíamos visto... ¿Por qué los viajeros del autobús no iban a
acabar malparados? Era una opción que no podía desechar.
Eloy pareció notarlo y con los ojos como platos se hizo a la idea de lo
que yo le quería decir.
-
¿Quieres decir que a lo mejor el autobús
no llegó a su destino? ¿Que algo les ocurrió en el camino?
-
Sólo hay una forma de averiguarlo y creo
que ya sabemos dónde encontrarla.
Efectivamente, me refería al mar. Allí donde habíamos encontrado la
cartera. El lugar del que parecía provenir nuestra gran duda.
Entre los dos decidimos que lo mejor sería no avisar a Adán y dejarlo
dormir mientras nosotros investigábamos por nuestra parte. Algo egoísta,
podréis pensar. Pero imaginando que solo serían simples suposiciones sin base
alguna, lo creímos lo más sensato.