sábado, 17 de noviembre de 2012


Prioridades desconcertantes

- Siete, ocho, nueve y... ¡Diez!- Marcos terminó de contar y se dispuso a buscar nuestro escondite.
Caminaba lentamente, tratando de ser sigiloso y pasar inadvertido. Nunca me encontraría.
Lara estaba cubierta por un mantón que distorsionaba su figura y hacía que pareciera un bulto desordenado de mantas. Unos metros a su derecha, apreciaba fácilmente el color verdoso de las zapatillas de Carlos, justo debajo de la oscura mesa de estudio.
Me encontraba bastante incómodo en aquel espacio tan minúsculo. Mis piernas chocaban contra mi pecho e impedían que hiciese ningún movimiento. La chaqueta roja se había ennegrecido por el contacto con el ollín, pues el lugar en el que me escondía era una angosta chimenea.
El momento en el que inhalé aquel aire espeso, una fuerte tos me invadió. Esto hizo que Marcos cambiase de dirección y viniese directamente hacia mí. Me alarmé al intuír que me había descubierto, la tos me había delatado y ahora tendría que ser yo el encargado de encontrar a los demás. Menudo calvario. Aunque tampoco pensaba rendirme a la primera de cambio, más bien me lo tomé como un reto que tenía que superar. Por lo tanto, me levanté como medida desesperada  haciendo que mis pantalones rozaran contra el ladrillo y acabasen rasgados. Sin más dilación comencé a trepar por la cochambrosa chimenea apoyándome en las paredes paralelas y llegando hasta lo alto de ella. Allí, en vez de darme de bruces contra las tejas, vi cómo una mano atada a una refulgente correa correteaba impulsándose en sus dedos, independientemente de no estar unida a un cuerpo.
En el horizonte, cuatro hombres trajeados la perseguían mientras uno de ellos sujetaba una especie de mando. Debido al horror que este aparato debía de causarle, daba la sensación de que la mano había entablado una lucha encarnizada entre sus dedos.
Observé el mismo espectáculo durante una, dos y hasta tres veces. Los personajes cambiaban continuamente; unas veces eran pies y en otras ocasiones, se trataban de diferentes extremidades. Pero todos ellos parecían huir de aquellos hombres a los que temían y del cachivache que los atemorizaba.
Al cabo de un rato, salí del habitáculo en el que continuaba perplejo, boquiabierto tras el espectáculo que daba lugar ante mis ojos. Así pues, pude discernir otra figura parecida a las anteriores que se abría camino allende el monte. Se trataba de un pie que avanzaba dando pequeños saltitos y que, como todos los demás, estaba rodeado por una cadena que como pude concebir, era la que lo hacía moverse.
Así es como comprendí que no tenían vida propia, sino que los habían modificado mediante aquellas tiras de metal para obedecer a cualquier orden que los científicos les obligaban hacer. Porque eso es lo que eran aquellos monstruos; eruditos que se escondían de la sociedad para que aquellos experimentos no quedaran a la luz y por lo tanto, no se viesen sometidos a críticas por parte de aquellos que consideraban inmorales dichas pruebas.
En ese momento, recordando que el juego continuaba unos metros más abajo, pensé estupefacto "Guau ¿Cómo no se me habrá ocurrido antes semejante escondite?"

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