domingo, 30 de septiembre de 2012

Capítulo 6


Después de una larga e ininterrumpida caminata encontramos a una señora de mediana edad que se dispuso a dejarnos su cuarto de baño después de explicarle la situación en la que nos encontrábamos. De acuerdo que habría sido más fácil ir a la playa y lavarnos como el agua salada nos lo permitiera, pero era menos higiénico y encima, íbamos a luchar contra el mal. En un cómic seríamos los héroes y ellos siempre van bien limpitos, así que nosotros... ¿Por qué no?
  La acompañamos hasta su casa y una vez ahí nos turnamos para ducharnos. Yo les cogí la delantera a los dos paraditos y rápidamente me introduje dentro del cuarto de baño mientras ellos me esperaban en una habitación de invitados de una sola cama.
Por fin un momento de paz y tranquilidad en aquellos dos días. Al fin estaría sola el tiempo que me costara ducharme.
El baño no era demasiado grande, pero tampoco pequeño. En la pared colgaba un cuadro de un minúsculo barco arrastrado por las olas en medio de un oceáno. “Ais pequeñín, no sabes dónde te has metido” pensé. A ras del suelo había una especie de rendija que imaginé que sería para la ventilación. Sin entretenerme en más detalles me desprendí de la ropa que llevaba puesta y esperé a que llegase el agua caliente.
Mientras me duchaba no podía dejar de darle vueltas a lo mismo. La verdad era que empezaba a preocuparme; ya había pasado algo más de un día, casi dos, desde que me había marchado de casa y mi padre todavía no tenía noticias mías. Esperaba que no se preocupase demasiado y que pensara que estaba tan ocupada con el motocross que se me había olvidado mandarle un mensaje. Ni siquiera serviría de ayuda que hubiera una cabina telefónica por ahí porque no sabía el número de mi padre de memoria.
De pronto, mi mente se centró en algo que ocurría en la habitación de al lado. Se trataba de un hombre que estaba diciendo algo, pero como si no quisiera que nadie inadecuado le escuchara. Susurraba unas palabras que escuchaba a medias. Rápidamente cerré el grifo y cubriéndome con la toalla que tenía me acerqué hasta la ranura que había en la pared. Desde ahí se escuchaba algo mejor, aunque sin total claridad:
-                No te preocupes cariño, los he encerrado con llave y ni siquiera se han dado cuenta todavía-. Comentaba una voz de mujer.
-                Pe... Pero-. Ahora sonaba la voz de un hombre. Parecía confuso y trataba de razonar, pero estaba perplejo por lo que la mujer le había contado.- No sé qué pretendes. De acuerdo que no estén clasificados y no tengamos información sobre ellos, pero no consigo entender cómo han venido a parar aquí. Hicimos que este lugar desapareciera del mapa; hay poca cobertura en la zona, en caso de que alguien tenga teléfono las llamadas que haga están controladas y grabadas, no hay medios de comunicación o transporte, ni internet por la lejanía del pueblo y el rastro de civilización más cercano está a 200 kilómetros... Incluso contratamos a gente para que se hiciese pasar por turista y los pocos habitantes que hay no sospecharan. Resulta que ahora vienen tres críos burlando nuestra seguridad y se va todo al traste. No consigo entenderlo.
¡Jo-der! No teníamos ni idea sobre aquel extraño pueblecito y de repente el hombre lo soltó todo de golpe. No me dio tiempo ni a digerir toda aquella información.
-                Estate tranquilo. Aunque no sepamos nada de ellos tampoco pueden hacer nada. Son simples adolescentes encerrados en una habitación. Además, si desaparecen al igual que el resto del pueblo nadie los echará de menos.
-                Está bien. Diles que no pueden salir, que hay toque de queda y que se queden tranquilos-. Contestó el hombre mientras cruzaba la puerta de camino al pasillo con su mujer (o eso supuse) pisándole los talones.
Aquel hombre parecía fuera de sí. A decir verdad, esa voz me resultaba familiar. Tanto que... ¡Oh, dios! ¡No! ¡No podía ser! ¡Aquel hombre era Jorge! El mismo al que la noche anterior habíamos espiado desde el cajero.
Al parecer la mujer había encerrado a Eloy y Adán y ellos ni siquiera se habían dado cuenta. Menudos empanados. Ahora tendría que hacer yo todo el trabajo y sacarlos de ahí. Bueno, al menos el haber sido una chica mala durante algo más de un año me iba a servir para algo y por fin iba a poder sacar a relucir mis dotes.
En un ataque de nervios me apresuré a vestirme con la ropa que había sacado y estaba apoyada en el lavabo. No había tiempo de secarme el pelo ni de preocuparme por las pintas que debía de llevar. Abrí la puerta haciendo el menor ruido posible y dejé el grifo de la ducha abierto para que pensaran que seguía duchándome.
En una milésima de segundo me apoyé contra la pared con tan mala suerte de rozar con el cuadro del barquito. Mi corazón se quedó parado durante el segundo en el que el cuadro se apresuró hasta el suelo. Por desgracia no fui la única en escuchar aquel estruendoso ruido, a la señora de la casa también pareció molestarle.
En un gesto de desesperación cerré el grifo de la ducha ya que no iba a servir para nada y colgué el cuadro en su respectivo clavo. Traté de actuar lo más natural posible para no dar a entender que los había escuchado hablar y sabía cuáles eran sus intenciones:
-                Uff, no sabe usted lo qué le debo-. Dije tratando de esconder todo el terror que sentía al saber las intenciones de aquel matrimonio - Esta ducha me ha dejado como nueva.
-                Me alegro-. Dijo con una sonrisa que realmente parecía sincera mientras mentía como una bellaca- Hoy os vais a tener que quedar aquí porque resulta que hay toque de queda para las dos de la tarde y falta muy poco para entonces. No quiero que os pase nada malo.
-                Algo pronto, pero bueno-. “Tú lo que quieres es asarnos en el puchero, vieja loca” pensé para mis adentros. Pero tenía que disimular, así que cogí mis cosas y caminé hasta la habitación mientras la notaba a mis espaldas acechando como un lobo.
Me sorprendió ver que al intentar abrir la puerta no hubo nada que opusiera resistencia. Disimulé el asombro que esto me causaba y crucé la puerta para juntarme con los dos panolis.
Allí estaban ellos tan tranquilos, tumbados encima de la cama. No veía el momento de que la vieja se marchara para contar todo a aquellos dos y que se espabilaran de una vez por todas.


Capítulo 5


No podía evitar darle vueltas a lo ocurrido, todo aquello era demasiado confuso y más para una joven de dieciséis años que su intención desde que se había montado en aquel autobús era la de participar en una carrera de motocross. 
No lograba conciliar el sueño y los recuerdos no pretendían dejarme un solo segundo de paz.
Hacía algo más de cinco años...
-                Ama, hoy estoy mala, no puedo ir al cole. Me duele la cabeza y tengo mucho frío.- Siempre se me ha dado bien fingir, más bien desde que tenía que ponerme de puntetas para llegar a lavarme las manos en el lavabo del baño.
-                Pero cariño, tienes examen de matemáticas a segunda hora y seguro que con la pastilla que te acabo de dar luego estás mucho mejor, ya lo verás.
-                Jo, es que encima...
-                ¿Qué pasa Arli?- Así es como mi madre me llamaba cuando intentaba ser cariñosa.
-                Que...- No fui capaz de decirle que en el cole las niñas no me dejaban tranquila, que no paraban de meterse conmigo y de insultarme porque no quería hablar de las mismas cosas que ellas.- No me salen los problemas de mates y voy a suspender.
-                ¿Así que era eso?
Asentí. Aunque me costara mentirle era mejor que decirle la verdad y preocuparla más por algo que probablemente sería temporal y que ella no podía solucionar.
-                No merece la pena que te pongas triste por esas cosas. Ayer estuviste estudiando mucho y ahora estás nerviosa. Pero ya verás cómo el examen te va a salir genial y te alegrarás de haberlo hecho.
No había nada que hacer, era imposible hacerla cambiar de idea, así que me acompañó hasta la escuela agarrándome de la mano y haciendo que respirase para que se me pasasen los nervios.
En cuanto entré a clase todas las miradas se centraron en mí y las mofas de mis compañeros no tardaron en dar comienzo. ¿Qué era aquella vez? ¿Mis leotardos? ¿Mi coleta? Ya no sabía qué hacer para encajar. Ojalá fuera más segura y tuviera confianza en mí misma. Suerte que al cabo de unos años no seré así. Pero aún no lo sabía.
La profesora acalló a los que se burlaban de mí y al fin los insultos cesaron. Aunque en aquel momento no lo supiera, difícilmente voy a recordar esto sobre aquel día, sino que más bien lo recordaré por la desaparición de mi madre.

En ese momento...
Una lágrima recorrió toda mi cara hasta caer al suelo. Echaba tanto de menos a mi madre, mi padre había intentado ser fuerte por mí, por los dos. Pero eso no bastó para seguir adelante. Él evitaba pensar en aquello que le causaba tanto sufrimiento y se centraba en su trabajo como ingeniero electrónico. Yo en cambio, centraba toda mi atención en las motos y eso me hizo seguir en pie. Todavía tenía esperanzas de encontrar a la mujer que me había criado.
Al final, las lágrimas tuvieron un efecto somnífero y consiguieron hacerme dormir. Al menos unas horas.

-                ¡Buenos días, buenos días señora!- Gritó Adán con un tono cantarín.
Tardé un poco en situarme y cuando miré alrededor vi las inconfundibles paredes del cajero. Rápidamente contesté a Adán y lo regañé por haberme despertado:
-                ¿Cómo que señora? ¿Me ves cara de vieja o qué? Anda que cómo se te ocurre despertarme... Que por las mañanas me levanto de muy mala leche.- Se lo dije bromeando aunque no me hizo demasiada gracia que me despertara.
-                Bueno bueno, que todo ha sido por una buena causa. Y a lo de vieja... Em bueno, ya parece que tengas los dieciocho cumplidos y las arrugas no perdonan a nadie. A mí todavía no me afecta porque solo tengo diecisiete y un cutis terso.- Contestó con una sonrisa traviesa en la cara.
-                ¿O sea que tan mayor parezco, eh? Pues resulta que eres tú más viejo que yo así que retira eso de señora.
-                Venga va, retiro lo de señora y lo cambio por un “bebecita”.
-                Eh, que sólo me pasas por un año, idiota. No tienes remedio.- Contesté dándome por vencida. Al menos estaba con alguien que se tomaba las cosas con humor.- Y... ¿No se te olvida algo que decirme?
-                Em...- Se quedó pensativo- ¡Ah, sí! Que por las mañanas tienes pelos de loca.
-                No te pases listillo. ¿Y lo de la buena causa, qué?
-                ¡Oh! Era una excusa barata para que no me pegaras un puñetazo, o algo peor.- Se quedó mirándome fijamente para ver mi reacción y al ver mi cara de enfado rápidamente reaccionó- Vale vale, Eloy ha ido a comprar algo para el desayuno.
De pronto me di cuenta de que no estaba en el hueco en el que se acostó. No me había percatado de que se había marchado. O aquel chico era muy silencioso o yo estaba perdiendo facultades.
Al rato, mientras Adán y yo charlábamos despreocupadamente sobre dios sabe qué llegó Eloy con tres cafés y otros tantos cruasanes mientras se quejaba murmurando:
-                ¡Madre mía! La de vueltas que me he pegado para encontrar el maldito desayuno...
No pude evitar soltar una carcajada que a Eloy no pareció sentarle demasiado bien. Había pocas cosas que lo sacaran de quicio durante el día, excepto por la mañana y me resultaba gracioso verlo enfadado:
-                Pues una pena, porque no me gusta el café -. Le dije encogiéndome de hombros.
-                Tranquila, que ya me tomo yo el tuyo.

Después de desayunar comenzamos con lo que acordamos el día anterior. Acudimos a tres ancianos que conversaban sobre cuál de ellos sufría el mayor mal. Entre los tres consiguieron indicarnos el lugar en el que se encontraba la plaza de la Iglesia. No nos costó gran trabajo llegar hasta el sitio indicado y una vez ahí no teníamos nada que hacer.
Los hombres a los que escuchamos la noche anterior, de los cuales uno se llamaba  Jorge, no habían discutido sobre la hora en la que sería el encuentro, así que supusimos que se juntarían a una hora parecida a la del día anterior. Sería de estúpidos conversar sobre cómo exterminar a personas cual hormigas a plena luz del día. Ellos salían por la noche como los búhos. Tampoco era muy difícil imaginar qué pretendían hacer con aquellas armas y los 600 aliados.
Aprovechando que no teníamos nada que hacer propuse a los chicos buscar algún lugar en el que nos dejaran tomar una ducha, porque aunque no tuviéramos sitio alguno en el que hospedarnos no era cuestión de ir dejando tufo ahí por donde pasábamos. Los dos aceptaron sin rechistar, sobretodo Adán que tras un gesto en el que se olía las axilas hizo una mueca de asco. Lo hizo de broma, o eso espero.

Capítulo 4


-                No creo que sea buena idea empezar ya. Todavía faltan cosas por resolver, cabos por atar y si comenzamos tan pronto será muy fácil que nos descubran. Ni siquiera estamos seguros de que nadie sabe sobre la existencia del lugar. Nos falta investigar sobre unas cuantas familias y para eso tenemos que ser lo más discretos posibles.
-                Carlos me ha llamado esta tarde. Me ha dicho que en una semana estarán todos los datos procesados en el ordenador y que podremos empezar a llamar a los aliados.
-                ¿De cuántos estamos hablando?
-                Aproximadamente 600. Pero no te preocupes, tienen todo tipo de armas, las más modernas y efectivas. Tampoco nos conviene que haya muchos más, ya que podría correr la voz y ya sabes lo que vendría después. Además, dudo que en este pueblucho haya una sola pistola. Los podremos controlar fácilmente y si alguno se nos une, mejor.
-                Está bien, mañana nos volveremos a juntar en la plaza de la Iglesia para terminar de decidirlo todo. No tardes Jorge y asegúrate de que nadie te siga.
-                Bien. Hasta mañana.
Desde nuestro escondite pudimos ver cómo los dos hombres se alejaban el uno del otro y caminaban rápido hasta sus hogares. Más que raro parecía siniestro. Eloy rompió el silencio diciendo lo que todos estábamos pensando:
-                ¿Qué ha sido eso? Quiero decir que... En fin, estamos perdidos en un pueblo que no forma parte del mapa y como si la cosa no fuese ya lo suficientemente extraña aparecen dos tipos diciendo que van a venir 600 hombres armados y no con intención de protegernos precisamente.
No sabía de qué se trataba todo aquello, pero la intriga me corroía por dentro y más sabiendo que corríamos peligro. Necesitaba averiguar qué iba a ser de aquel pueblo, pero sobretodo necesitaba salir de allí junto con mis dos compañeros:
-                Bueno, pues ahora solo tenemos que encontrar la plaza de la Iglesia.
-                ¿Estarás de broma no?
-                Para nada. No sabemos cuánto tiempo vamos a estar aquí, ni si alguien vendrá a buscarnos. Tampoco tenemos forma de comunicarnos; a lo mejor no os habéis dado cuenta pero en todo el pueblo no hay una sola cabina telefónica y ni siquiera estamos seguros de que haya línea de autobús hasta Torvino. Por si todo eso fuera poco lo más probable es que estemos en peligro a menos que esos dos hombres estuvieran bromeando.
-                Está bien, pero ahora dormimos que mañana hay que levantarse con energías.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Capítulo 3


Eloy no tardó en contestarme:
-                Muy contenta estás tú. ¿No ibas a competir?
-                Claro, pero me siento mejor si vosotros también os perdéis la carrera. Además, me hacéis compañía, que eso siempre es bueno. Bueno, ¿Por qué habéis llegado tarde si se puede saber?
El compañero de viaje de Eloy se acercó y dio respuesta a mi pregunta:
-                Somos turistas, despistados y con pocos reflejos.
-                Y eso quiere decir que...
-                Nos han robado. Mientras bebíamos agua en una fuente hemos dejado las mochilas en un banco y no han tardado ni diez segundos en aparecer tres ciclistas y llevárselas. Hemos corrido tras ellos pero solo hemos conseguido recuperar la mía con apenas dos bocatas y algo de dinero. De película ¿No crees?
Me reí obviando la torpeza que los caracterizaba. A mí jamás me hubiera pasado, aunque no lo pareciera era bastante desconfiada. Ahora tendríamos que apañárnoslas para compartir el dinero con Eloy.
-                Podría haber sido peor y que hubiera empezado a llover, como en las pelis. Me llamo Arlaiss Hightower ¿Tú?
-                Bueno, para mí eres Arlaiss no sé qué, que ya me va a costar aprenderme solo tu nombre.
No lo dijo con mala intención sino para que hubiera complicidad entre los dos ya que íbamos a tener que soportarnos durante aquellos días. Además ya me imaginaba de antemano que le extrañaría la elección de mis padres al escoger mi nombre.
-                No me digas que es raro, ya me lo han dicho suficientes veces.
-                Entonces lo pienso para mis adentros. Yo soy Adán.
De pronto habló Eloy, del que me había olvidado completamente, haciendo que volviera a centrarme en nuestra penosa situación.
-                Al menos déjanos el móvil para poder avisar a nuestros padres y que nos vengan a recoger.
-                Pues esa es otra historia muy graciosa.
-                ¿Qué quieres decir?
-                Que ahora lo más parecido que tengo a un móvil es mi MP4. Se me ha caído al váter y confiaba en que al menos uno de los dos conservara el suyo, pero ya veo que no.
-                Venga, más nos vale encontrar un hostal si no queremos pasar la noche al aire libre, porque aunque ahora haga calor luego refresca y la brisa se pasea cerca del mar.
-                Al menos hay playa, siempre podemos cazar unos cuantos cangrejos y comérnoslos.
-                Qué graciosa, si no te conociera pensaría que hablas en serio.
Estuvimos dando vueltas durante horas, rodeando la ciudad y cruzándola de lado a lado. Aun y todo no encontramos ningún alojamiento que se ajustara a nuestro presupuesto así que no nos quedó más remedio que entrar en una especie de cajero.
La verdad es que la ciudad parecía mucho más grande de lo que era. Apenas cinco mil habitantes vivirían en ella y para las siete de la tarde no se veía un alma por las calles. Los pequeños negocios cerraban a las seis y no había ni un solo centro comercial en el kilómetro cuadrado que debía de ocupar la “ciudad”, aunque le pegaba más llamarlo pueblucho. Me extrañaba que hubiera tanto turista visitando aquel lugar perdido en algún lugar del mundo. Probablemente sería casi imposible situarlo en un mapa, era como si no existiera, ni siquiera el conductor del autobús sabía su nombre cuando llegamos.
Durante el viaje habíamos tenido que cambiar de dirección por culpa de una calle cortada y nos topamos con aquel pueblo. Dimos con su nombre preguntando a un anciano que paseaba por la costa. Incluso al conductor se le hizo complicado señalarles a sus compañeros dónde nos encontrábamos para que trajesen la rueda de repuesto.
Dentro del cajero nos acurrucamos bajo la única manta que llevaba en la mochila. No pensaba que fuera a usarla pero me vino bien ese “por si acaso” que dije justo antes de meterla junto a los bocatas.
Compartimos dos bocadillos de lomo partiéndolos en tres porciones y comimos en silencio. No duró mucho aquel ambiente silencioso, pues escuchamos suaves murmullos que provenían de fuera. Enseguida nos acercamos hasta la puerta haciendo el menor ruido posible y escuchamos lo que dos hombres discutían:



Capítulo 2



Me acerqué hasta aquel bar tan pintoresco y empujé la puerta para entrar. Una vez dentro me aproximé hasta la barra para pedir un bocata de jamón. Saqué la cartera para pagarlo, así verificando que tenía dinero suficiente para aquellos dos días que iba a estar fuera de casa.
Me senté en la mesa más próxima la cual estaba algo arrinconada y rodeada por dos taburetes. Cuando me terminé el bocadillo tiré el envoltorio a la papelera y me dirigí al baño.
Una vez dentro apoyé la mochila en el suelo y me lavé las manos. Mientras me agachaba para recoger la bolsa, noté cómo algo se deslizaba por el bolsillo de la sudadera y aterrizaba en el báter:
-                ¡Joder, el móvil!
Me apresuré a sacarlo, pero fue en vano. Goteaba agua y en la pantalla táctil comenzaron a salir manchas ovaladas que indicaban el penoso estado en el que se encontraba. Genial, estaba a cientos de kilómetros de casa e incomunicada. Dudaba bastante que hubiera cabinas telefónicas en aquel lugar, ya que hasta el momento no había visto ninguna.
Salí del local a todo correr, como si estuviera intentando huir de la pésima suerte que parecía acompañarme aquel día tan importante. Las cosas no podían salir mal, no, no y no. Estaba resignada y me perdí por las callejuelas, recordando cada paso que daba, cada calle que cruzaba para así poder volver al punto de partida.
Las calles estaban transitadas mayormente por gente anciana que no tenía ninguna prisa y grupos de turistas adolescentes que parecían ir en busca de recordatorios para sorprender a sus familiares.
Al final de la calle había un parque rodeado de bancos. Decidí sentarme para hacer tiempo y que la espera no se me hiciese tan larga. Intentaba mantener mi mente tranquila apartando los recuerdos que amenazaban con adueñarse de mi pensamiento. No surgió mucho efecto, cuanto más intentaba borrar las vivencias de mi cabeza, con más fuerza volvían.
En el colegio, nos enseñaron que un cuento se divide en tres partes: el principio, donde se narra el comienzo de la historia, el desarrollo, donde se plantea un problema y el final, el momento en el que todo se soluciona y los protagonistas viven felices para siempre. Ya, pues eso no siempre es así. Y menos en la vida real.
Dos años atrás, cuando apenas había cumplido los catorce, ya había empezado a sentir que las motos eran más que un pasatiempos. Yo quería vivir de ello, como cualquier otra persona de su trabajo. Así pues, me compré una moto roja que en ese mismo momento me estaba esperando en un lugar a no sé cuántos kilómetros. La misma con la que meses atrás había competido y de la que me había resbalado, de esa manera lanzándome y haciendo que me golpeara contra el suelo. Las roturas físicas no fueron nada comparadas con el dolor emocional: había perdido la oportunidad de entrar en un centro que se dedicaba exclusivamente a crear nuevas promesas del motocross y ya de paso, me había roto el brazo izquierdo. Ese había sido el final de la carrera. ¿Feliz? Para nada.
Miré el reloj y vi que eran las 11:30. Sería mejor que empezase a buscar el autobús si no quería que se marchase sin mí.
Recorrí las mismas calles sorprendiéndome a mí misma de la memoria que tenía. De pronto vi un supermercado que no me sonaba de nada. “Demasiado bueno para ser cierto” pensé. No me costó mucho darme cuenta de que me había perdido y sin móvil. “¡Qué lista eres, cari!”. Me maldije por haberme alejado tanto de la parada de bus. No me quedó más remedio que ir preguntando a la gente para que me dirigiera hasta el “Bar la caña”.
Aproximadamente media hora más tarde encontré el ansiado lugar. No me sorprendió ver que no había rastro del autobús. Aunque para mi sorpresa no me desilusioné demasiado. Detrás de mí corrían desesperados Eloy y el chico de pelo castaño. Genial, si faltaban tres competidores a la carrera tal vez se verían obligados a suspenderla y celebrarla otro día:
-                No creía que me iba a alegrar tanto de veros, el autobús se ha marchado.
Haciendo una mueca que indicaba “¿Qué se le va a hacer?” me acerqué hasta ellos. 

martes, 25 de septiembre de 2012

Capítulo 1



Miraba las nubes desde una grieta en el techo que habían abierto entre el viento y la lluvia. A lo alto vislumbraba una bandada de pájaros emigrando al norte, huyendo del calor, pues el verano se avecinaba. Aún más arriba veía cómo las nubes surcaban el cielo lentamente, como si su intención fuera pasar desapercibidas. No lo lograban, al menos a mis ojos.
Interrumpida por un crujir de maderas observé a mi alrededor: me gustaba aquel color amarillo chillón que cubría las paredes de mi cuarto, me iba que ni pintado. Como es de imaginar, no me gustaba pasar desapercibida. Basta con escuchar mi nombre: Arlaiss. No tenía la remota idea de dónde provenía, ni tampoco curiosidad por descubrirlo.
El primer día que me presenté en mi nuevo instituto todos se quedaron atónitos al verme (no hace falta mencionar cuál fue la reacción de la gente al oír mi nombre). Normal, no todas las niñas de trece años llevan parte de la cabeza rapada. Era la forma en la que me diferenciaba de los demás. Si se hubiera puesto de moda llevar mi peinado, no habría tardado ni cinco minutos en cambiármelo. Así era yo, la chica que era lo que quería ser, sin importarle lo que la gente pensara. Pero no siempre fui así.
El tiempo volaba sin apenas darme tiempo para vestirme. Elegí unos pantalones verde pastel para la ocasión, conjuntados con una blusa blanca. Tras peinarme la rizada melena negra, concluí maquillándome una fina raya en la parte posterior del párpado. Ya estaba lista.
Salí a la calle y anduve a ritmo rápido hacia la parada de autobús. Por el camino me junté con Eloy. Cargaba una mochila llena de protección para la carrera: rodilleras, coderas, casco… Ambos íbamos al mismo lugar y también teníamos el mismo propósito: ganar la carrera aunque para ello hubiera que eliminar a los demás rivales. Sabíamos que sólo habría un único ganador. Por eso, evitamos todo contacto posible.
En unos minutos llegó el autobús. Me apresuré a montarme antes que mi contrincante y me senté al fondo, en el asiento pegado a la ventana.
El trayecto fue tranquilo hasta que dos paradas más adelante un joven de pelo castaño me sorprendió hablando con Eloy. Tenía todas las pintas de ir a competir en la carrera, pero no sabía quién era. “Mierda, otro más al que tengo que ganar” pensé.
No sabía exactamente dónde iba a correr, ya que nunca me había manejado por barrios de otras ciudades. Así que me imaginé que ellos sabrían el camino y sólo con seguirles llegaría a la pista.
Aproximadamente una hora más tarde algo hizo que el autobús se detuviera y que el conductor se impacientara:

- Bajaos todos, se han pinchado dos ruedas mientras cruzábamos el puente y sólo hay una de repuesto. Tardarán unas dos horas en traérnosla, así que podéis visitar la ciudad mientras tanto.

Sorprendente, parecía que la mala suerte estaba al acecho. Lo más probable era que no fuera a llegar a tiempo. No, si el viaje se retrasaba un poco más.
Agarré la mochila con frustración y descendí los escalones del vehículo haciendo todo lo posible para no decepcionarme ni adelantarme a los sucesos. Todavía podía llegar y correr como nunca. Demostrar por qué había estado entrenando tanto.
En cuanto pisé la hierba mojada por los aspersores miré a mi alrededor en busca de alguna cafetería. A lo lejos pude ver un letrero iluminado por lucecitas amarillas. En letras del mismo color se leía inscrito “Bar la caña”. Me reí para mis adentros “Un nombre muy ingenioso, sí señor”.