Capítulo 6
Después de una larga e ininterrumpida caminata encontramos a una señora
de mediana edad que se dispuso a dejarnos su cuarto de baño después de explicarle
la situación en la que nos encontrábamos. De acuerdo que habría sido más fácil ir a la playa y lavarnos como el
agua salada nos lo permitiera, pero era menos higiénico y encima, íbamos a
luchar contra el mal. En un cómic seríamos los héroes y ellos siempre van bien
limpitos, así que nosotros... ¿Por qué no?
La acompañamos hasta su casa y una
vez ahí nos turnamos para ducharnos. Yo les cogí la delantera a los dos paraditos y rápidamente me introduje
dentro del cuarto de baño mientras ellos me esperaban en una habitación de
invitados de una sola cama.
Por fin un momento de paz y tranquilidad en aquellos dos días. Al fin
estaría sola el tiempo que me costara ducharme.
El baño no era demasiado grande, pero tampoco pequeño. En la pared
colgaba un cuadro de un minúsculo barco arrastrado por las olas en medio de un
oceáno. “Ais pequeñín, no sabes dónde te has metido” pensé. A ras del suelo había
una especie de rendija que imaginé que sería para la ventilación. Sin
entretenerme en más detalles me desprendí de la ropa que llevaba puesta y
esperé a que llegase el agua caliente.
Mientras me duchaba no podía dejar de darle vueltas a lo mismo. La
verdad era que empezaba a preocuparme; ya había pasado algo más de un día, casi dos, desde
que me había marchado de casa y mi padre todavía no tenía noticias mías.
Esperaba que no se preocupase demasiado y que pensara que estaba tan ocupada
con el motocross que se me había olvidado mandarle un mensaje. Ni siquiera
serviría de ayuda que hubiera una cabina telefónica por ahí porque no sabía el número de mi padre de memoria.
De pronto, mi mente se centró en algo que ocurría en
la habitación de al lado. Se trataba de un hombre que estaba diciendo algo,
pero como si no quisiera que nadie inadecuado le escuchara. Susurraba unas
palabras que escuchaba a medias. Rápidamente cerré el grifo y cubriéndome con
la toalla que tenía me acerqué hasta la ranura que había en la pared. Desde ahí
se escuchaba algo mejor, aunque sin total claridad:
-
No te preocupes cariño, los he encerrado
con llave y ni siquiera se han dado cuenta todavía-. Comentaba una voz de
mujer.
-
Pe... Pero-. Ahora sonaba la voz de un
hombre. Parecía confuso y trataba de razonar, pero estaba perplejo por lo que
la mujer le había contado.- No sé qué pretendes. De acuerdo que no estén
clasificados y no tengamos información sobre ellos, pero no consigo entender
cómo han venido a parar aquí. Hicimos que este lugar desapareciera del mapa; hay
poca cobertura en la zona, en caso de que alguien tenga teléfono las llamadas
que haga están controladas y grabadas, no hay medios de comunicación o
transporte, ni internet por la lejanía del pueblo y el rastro de civilización
más cercano está a 200
kilómetros ... Incluso contratamos a gente para que se
hiciese pasar por turista y los pocos habitantes que hay no sospecharan.
Resulta que ahora vienen tres críos burlando nuestra seguridad y se va todo al
traste. No consigo entenderlo.
¡Jo-der! No teníamos ni idea sobre aquel extraño pueblecito y de repente
el hombre lo soltó todo de golpe. No me dio tiempo ni a digerir toda aquella
información.
-
Estate tranquilo. Aunque no sepamos nada
de ellos tampoco pueden hacer nada. Son simples adolescentes encerrados en una
habitación. Además, si desaparecen al igual que el resto del pueblo nadie los
echará de menos.
-
Está bien. Diles que no pueden salir,
que hay toque de queda y que se queden tranquilos-. Contestó el hombre mientras
cruzaba la puerta de camino al pasillo con su mujer (o eso supuse) pisándole
los talones.
Aquel hombre parecía fuera de sí. A decir verdad, esa voz me resultaba
familiar. Tanto que... ¡Oh, dios! ¡No! ¡No podía ser! ¡Aquel hombre era Jorge!
El mismo al que la noche anterior habíamos espiado desde el cajero.
Al parecer la mujer había encerrado a Eloy y Adán y ellos ni siquiera se
habían dado cuenta. Menudos empanados. Ahora tendría que hacer yo todo el
trabajo y sacarlos de ahí. Bueno, al menos el haber sido una chica mala durante
algo más de un año me iba a servir para algo y por fin iba a poder sacar a
relucir mis dotes.
En un ataque de nervios me apresuré a vestirme con la ropa que había
sacado y estaba apoyada en el lavabo. No había tiempo de secarme el pelo ni de
preocuparme por las pintas que debía de llevar. Abrí la puerta haciendo el menor
ruido posible y dejé el grifo de la ducha abierto para que pensaran que seguía
duchándome.
En una milésima de segundo me apoyé contra la pared con tan mala suerte
de rozar con el cuadro del barquito. Mi corazón se quedó parado durante el
segundo en el que el cuadro se apresuró hasta el suelo. Por desgracia no fui la
única en escuchar aquel estruendoso ruido, a la señora de la casa también
pareció molestarle.
En un gesto de desesperación cerré el grifo de la ducha ya que no iba a
servir para nada y colgué el cuadro en su respectivo clavo. Traté de actuar lo
más natural posible para no dar a entender que los había escuchado hablar y
sabía cuáles eran sus intenciones:
-
Uff, no sabe usted lo qué le debo-. Dije
tratando de esconder todo el terror que sentía al saber las intenciones de
aquel matrimonio - Esta ducha me ha dejado como nueva.
-
Me alegro-. Dijo con una sonrisa que
realmente parecía sincera mientras mentía como una bellaca- Hoy os vais a tener
que quedar aquí porque resulta que hay toque de queda para las dos de la tarde
y falta muy poco para entonces. No quiero que os pase nada malo.
-
Algo pronto, pero bueno-. “Tú lo que
quieres es asarnos en el puchero, vieja loca” pensé para mis adentros. Pero
tenía que disimular, así que cogí mis cosas y caminé hasta la habitación
mientras la notaba a mis espaldas acechando como un lobo.
Me sorprendió ver que al intentar abrir la puerta no hubo nada que opusiera
resistencia. Disimulé el asombro que esto me causaba y crucé la puerta para
juntarme con los dos panolis.
Allí estaban ellos tan tranquilos, tumbados encima de la cama. No veía
el momento de que la vieja se marchara para contar todo a aquellos dos y que se
espabilaran de una vez por todas.