jueves, 24 de enero de 2013

Naturaleza caprichosa

Se abrían paso en el bosque zarandeando las piernas y agitando los brazos en el aire al ritmo del canturreo de las aves. Alzaban juncos que habían sido afilados para la caza, a pesar de que en aquel momento no les dieran esa utilidad. Toda una tribu de antepasados que convivía en armonía con la naturaleza.
Azhira se separó del grupo al vislumbrar una cría de reno en la frondosidad del bosque. Quería demostrar sus dotes como cazadora y conseguir el reconocimiento de haber acabado con él poniendo en práctica sus propias artimañas. Sin titubear ni un segundo comenzó la persecución de la presa deslizándose sigilosamente entre la espesura de los árboles. Las ojas acariciaban su cuerpo, no había ramas especialmente gruesas, lo cual hacía que le resultara mucho más fácil el seguimiento del animal.
Cuando se encontraba a aproximadamente veinte metros del reno agachó las rodillas a la par que adelantantaba la pierna izquierda y tomó impulso para lanzar su lanza contra él. A pesar de que el recorrido del arma era idóneo el hábil mamífero la esquivó. Azhira suspiró ante su fracaso, algo que no le impidió ver el impacto de la lanza contra una roca. Debido a la fricción una chispa fue la detonante del fuego que rápidamente se expandió entre la hojarasca. Un corro de piedras húmedas impedían que el fuego se dispersara. La joven muchacha permanecía boquiabierta ante algo que nunca había visto y se le antojaba incontrolable. El fuego se tornaba en diferentes colores: amarillo, rojizo y anaranjado. A la vez que adoptaba diversas formas abstractas.
Azhira se levantó y caminó con cautela hasta donde daba lugar aquel espectáculo. Su primer impulso fue acercar la mano a la llama que emanaba calor de forma mágica e instintivamente apartarla de aquella sensación abrasadora. Comprobó que sus dedos permanecían en su entidad y reanudó su intento por descubrir más sobre aquella figura desconocida. Arrojó ramas, insectos muertos y arena, hasta que se dio por vencida y se conformó con ver cómo el fuego devoraba todo lo que se le cruzaba de por medio. Resignada ante su intento de "vencerlo" decidió darle uso y calentarse las manos. Siempre manteniendo una distancia de seguridad, claro.
Cuando parecía que se había acostumbrado al calor embriagador del fuego una gota de agua salpicó su mano acompañada de unas cuantas más. La joven se dio cuenta de que la llama se consumía, cada vez más débil. Escrutó el lugar y arrancó varias ramas que pendían de un árbol, intentando en vano alimentar la llama que minutos antes había tratado que desapareciera.
Finalmente el fuego se desvaneció y en su lugar quedaron las cenizas empapadas. Algo que había sido destruido por unas pocas gotas de agua había resistido el ataque de ramas, piedras y otros cuantos objetos dañinos.





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