domingo, 14 de octubre de 2012

Capítulo 8



Mi madre se llamaba Lea y llevaba más de veinte años trabajando como arqueóloga. Era una mujer corriente, como las demás. No destacaba entre la multitud, por eso fue tan inesperada su desaparición. Se fue sin nada, sin avisar. Por eso me costaba tanto aceptar que ya no estaba y que no iba a estar. Días después de su desaparición la policía encontró un cadáver que parecía ser de mujer entre los escombros de un quemadero. El cuerpo estaba chamuscado, era imposible de identificar, pero como para ellos era lo más cómodo, aseguraron haber comprobado mediante pruebas irrefutables que era ella. Yo sabía que no.
Todo lo que quedó de ella, sobretodo su ropa, fue donada a una organización para desfavorecidos. Yo elegí quedarme con un solo recuerdo de entre todas sus pertenencias, uno que había llevado puesto desde que tenía uso de razón: un colgante de plata con la clave de sol. Desde entonces, siempre lo he llevado encima, sea alrededor del cuello o como pulsera.
Hacía rato que había comenzado a caminar sin un rumbo fijo, explorando allá por donde paseaba. Los pequeños y menudos cangrejos correteaban por las irregulares paredes que sufrían el azote del viento. El mar las castigaba dejando mella en cada rincón por el que pasaba. Media docena de estrellas de mar permanecían hacendadas, impasibles ante el choque del agua contra ellas. Las olas, grandiosas, arrastraban objetos desde el más alejado recoveco.
Un brusco movimiento llamó mi atención y me hizo dar media vuelta. Algo había aterrizado en la orilla. Más bien diría que las olas lo habían arrastrado hasta ella. Me acerqué y sujeté con cuidado aquel objeto que el mar había empapado. Lo escurrí sin mucho esmero y desde una grieta abierta en la parte posterior de lo que parecía ser una cartera, cayó una fotografía. Cuando la observé pude diferenciar dos siluetas: al lado derecho, un hombre pasaba su brazo por encima de los hombros de una joven que se encontraba en la parte derecha de la imagen. Me imaginé una historia de amor exprimida hasta el agotamiento que había sido reducida a aquella fotografía. Era imposible ver los rasgos de aquel muchacho, ya que la foto estaba bastante deteriorada por causa del agua. En cambio, la cara de la mujer permanecía inmune al efecto del roce con la sal. Tenía unos ojos grandes y oscuros, el pelo entre rojizo y anaranjado. Probablemente teñido. Se me hacía muy familiar, tanto que empecé a preguntarme dónde había visto antes a aquella mujer.
-                ¿Nos pretendías abandonar?
Me giré, presa del susto. Estaba tan absorta intentando recordar a la mujer de la foto que mis sentidos no habían notado la presencia de Eloy.
-                Menudo susto me has dado.
-                Perdona, es que llevaba un rato esperando, pero como no te dabas cuenta de que estaba aquí, he tenido que avisarte.- Dijo mientras se acercaba y miraba lo que sostenía entre las manos.- ¿Quiénes son?
-                En realidad no lo sé. Creo que conozco a la chica aunque no la sepa situar. ¿A ti no te recuerda a alguien?
Aguardé unos segundos mientras Eloy trataba de identificarla. Sus ojos entrecerrados pasaron de transmitir la ignorancia a la sorpresa de un momento a otro.
-                ¡Claro que sí! Es una de las pasajeras que viajaba en el autobús. Creo que iba acompañada por su pareja, aunque no estoy totalmente seguro. Seguramente habrían estado dando una vuelta por aquí y tuvo tan mala suerte que su cartera aterrizó en el mar.
-                O...- Dije yo pensando en otra de las innumerables opciones que se me pasaban por la cabeza. Rápidamente me deshice de tan absurda idea y le di la razón.- Nada, nada. Seguramente es lo que crees.
-                ¿O? No me dejes con la intriga. ¿Qué estaba pasando por esa cabecita?
Mi cara reflejaba algo pésimo. Llegando hasta donde habíamos llegado, viendo lo que habíamos visto... ¿Por qué los viajeros del autobús no iban a acabar malparados? Era una opción que no podía desechar.
Eloy pareció notarlo y con los ojos como platos se hizo a la idea de lo que yo le quería decir.
-                ¿Quieres decir que a lo mejor el autobús no llegó a su destino? ¿Que algo les ocurrió en el camino?
-                Sólo hay una forma de averiguarlo y creo que ya sabemos dónde encontrarla.
Efectivamente, me refería al mar. Allí donde habíamos encontrado la cartera. El lugar del que parecía provenir nuestra gran duda.
Entre los dos decidimos que lo mejor sería no avisar a Adán y dejarlo dormir mientras nosotros investigábamos por nuestra parte. Algo egoísta, podréis pensar. Pero imaginando que solo serían simples suposiciones sin base alguna, lo creímos lo más sensato.

5 comentarios:

  1. Por fin he podido leerlo con calma y sólo digo que: QUIERO MÁS jajajajaja Me gusta y la cosa está cada vez más intrigante, ¡y sigo sin enterarme!
    Saludos! :D

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    1. Huoliis, me alegro mucho!! Espero que el puente que tenemos la semana que viene me dé tiempo para escribir y leer blogs que tengo abandonados como el tuyo :P
      Además, también participo en un concurso de escritura así que se me amontona el trabajo

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  2. me alegro muchísisisimo :DD no me molestas para nada, es más, todo lo contrario. A quién no le gusta que le digan que hace algo bien? jajaja ahora me paso :)

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  3. Holaaaa!!! Me has dejado tu blog en tuenti, me ha entrado la curiosidad y me he pasado. La verdad es que tu novela está estupendal, cada vez está más interesante. De verdad, escribes muy bien. Espero que publiques pronto un capítulo nuevo. Un besazo desde:

    www.rosaliaferrandezcano.blogspot.com

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    1. vaya muchas gracias :))) no sabes lo mucho que significa que te digan eso jajajaja me alegro que sirva de algo lo que hago por tuenti :)
      Esta semana que tengo fiesta y que he acabado los exámenes espero seguir con el siguiente capítulo, además, estos comentarios animan a una a seguir escribiendo :)

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