Eloy
no tardó en contestarme:
-
Muy contenta estás tú. ¿No ibas a
competir?
-
Claro, pero me siento mejor si vosotros
también os perdéis la carrera. Además, me hacéis compañía, que eso siempre es
bueno. Bueno, ¿Por qué habéis llegado tarde si se puede saber?
El
compañero de viaje de Eloy se acercó y dio respuesta a mi pregunta:
-
Somos turistas, despistados y con pocos
reflejos.
-
Y eso quiere decir que...
-
Nos han robado. Mientras bebíamos agua
en una fuente hemos dejado las mochilas en un banco y no han tardado ni diez
segundos en aparecer tres ciclistas y llevárselas. Hemos corrido tras ellos
pero solo hemos conseguido recuperar la mía con apenas dos bocatas y algo de
dinero. De película ¿No crees?
Me reí obviando la torpeza que los caracterizaba. A mí jamás me hubiera
pasado, aunque no lo pareciera era bastante desconfiada. Ahora tendríamos que
apañárnoslas para compartir el dinero con Eloy.
-
Podría haber sido peor y que hubiera
empezado a llover, como en las pelis. Me llamo Arlaiss Hightower ¿Tú?
-
Bueno, para mí eres Arlaiss no sé qué,
que ya me va a costar aprenderme solo tu nombre.
No lo dijo con mala intención sino para que hubiera complicidad entre
los dos ya que íbamos a tener que soportarnos durante aquellos días. Además ya
me imaginaba de antemano que le extrañaría la elección de mis padres al escoger
mi nombre.
-
No me digas que es raro, ya me lo han
dicho suficientes veces.
-
Entonces lo pienso para mis adentros. Yo
soy Adán.
De pronto habló Eloy, del que me había olvidado completamente, haciendo
que volviera a centrarme en nuestra penosa situación.
-
Al menos déjanos el móvil para poder
avisar a nuestros padres y que nos vengan a recoger.
-
Pues esa es otra historia muy graciosa.
-
¿Qué quieres decir?
-
Que ahora lo más parecido que tengo a un
móvil es mi MP4. Se me ha caído al váter y confiaba en que al menos uno de los
dos conservara el suyo, pero ya veo que no.
-
Venga, más nos vale encontrar un hostal
si no queremos pasar la noche al aire libre, porque aunque ahora haga calor luego
refresca y la brisa se pasea cerca del mar.
-
Al menos hay playa, siempre podemos
cazar unos cuantos cangrejos y comérnoslos.
-
Qué graciosa, si no te conociera
pensaría que hablas en serio.
Estuvimos dando vueltas durante horas, rodeando la ciudad y cruzándola
de lado a lado. Aun y todo no encontramos ningún alojamiento que se ajustara a
nuestro presupuesto así que no nos quedó más remedio que entrar en una especie
de cajero.
La verdad es que la ciudad parecía mucho más grande de lo que era.
Apenas cinco mil habitantes vivirían en ella y para las siete de la tarde no se
veía un alma por las calles. Los pequeños negocios cerraban a las seis y no
había ni un solo centro comercial en el kilómetro cuadrado que debía de ocupar la
“ciudad”, aunque le pegaba más llamarlo pueblucho. Me extrañaba que hubiera
tanto turista visitando aquel lugar perdido en algún lugar del mundo. Probablemente
sería casi imposible situarlo en un mapa, era como si no existiera, ni siquiera
el conductor del autobús sabía su nombre cuando llegamos.
Durante el viaje habíamos tenido que cambiar de dirección por culpa de
una calle cortada y nos topamos con aquel pueblo. Dimos con su nombre
preguntando a un anciano que paseaba por la costa. Incluso al conductor se le
hizo complicado señalarles a sus compañeros dónde nos encontrábamos para que
trajesen la rueda de repuesto.
Dentro del cajero nos acurrucamos bajo la única manta que llevaba en la
mochila. No pensaba que fuera a usarla pero me vino bien ese “por si acaso” que
dije justo antes de meterla junto a los bocatas.
Compartimos dos bocadillos de lomo partiéndolos en tres porciones y
comimos en silencio. No duró mucho aquel ambiente silencioso, pues escuchamos
suaves murmullos que provenían de fuera. Enseguida nos acercamos hasta la
puerta haciendo el menor ruido posible y escuchamos lo que dos hombres
discutían:
No hay comentarios:
Publicar un comentario