domingo, 30 de septiembre de 2012


Capítulo 5


No podía evitar darle vueltas a lo ocurrido, todo aquello era demasiado confuso y más para una joven de dieciséis años que su intención desde que se había montado en aquel autobús era la de participar en una carrera de motocross. 
No lograba conciliar el sueño y los recuerdos no pretendían dejarme un solo segundo de paz.
Hacía algo más de cinco años...
-                Ama, hoy estoy mala, no puedo ir al cole. Me duele la cabeza y tengo mucho frío.- Siempre se me ha dado bien fingir, más bien desde que tenía que ponerme de puntetas para llegar a lavarme las manos en el lavabo del baño.
-                Pero cariño, tienes examen de matemáticas a segunda hora y seguro que con la pastilla que te acabo de dar luego estás mucho mejor, ya lo verás.
-                Jo, es que encima...
-                ¿Qué pasa Arli?- Así es como mi madre me llamaba cuando intentaba ser cariñosa.
-                Que...- No fui capaz de decirle que en el cole las niñas no me dejaban tranquila, que no paraban de meterse conmigo y de insultarme porque no quería hablar de las mismas cosas que ellas.- No me salen los problemas de mates y voy a suspender.
-                ¿Así que era eso?
Asentí. Aunque me costara mentirle era mejor que decirle la verdad y preocuparla más por algo que probablemente sería temporal y que ella no podía solucionar.
-                No merece la pena que te pongas triste por esas cosas. Ayer estuviste estudiando mucho y ahora estás nerviosa. Pero ya verás cómo el examen te va a salir genial y te alegrarás de haberlo hecho.
No había nada que hacer, era imposible hacerla cambiar de idea, así que me acompañó hasta la escuela agarrándome de la mano y haciendo que respirase para que se me pasasen los nervios.
En cuanto entré a clase todas las miradas se centraron en mí y las mofas de mis compañeros no tardaron en dar comienzo. ¿Qué era aquella vez? ¿Mis leotardos? ¿Mi coleta? Ya no sabía qué hacer para encajar. Ojalá fuera más segura y tuviera confianza en mí misma. Suerte que al cabo de unos años no seré así. Pero aún no lo sabía.
La profesora acalló a los que se burlaban de mí y al fin los insultos cesaron. Aunque en aquel momento no lo supiera, difícilmente voy a recordar esto sobre aquel día, sino que más bien lo recordaré por la desaparición de mi madre.

En ese momento...
Una lágrima recorrió toda mi cara hasta caer al suelo. Echaba tanto de menos a mi madre, mi padre había intentado ser fuerte por mí, por los dos. Pero eso no bastó para seguir adelante. Él evitaba pensar en aquello que le causaba tanto sufrimiento y se centraba en su trabajo como ingeniero electrónico. Yo en cambio, centraba toda mi atención en las motos y eso me hizo seguir en pie. Todavía tenía esperanzas de encontrar a la mujer que me había criado.
Al final, las lágrimas tuvieron un efecto somnífero y consiguieron hacerme dormir. Al menos unas horas.

-                ¡Buenos días, buenos días señora!- Gritó Adán con un tono cantarín.
Tardé un poco en situarme y cuando miré alrededor vi las inconfundibles paredes del cajero. Rápidamente contesté a Adán y lo regañé por haberme despertado:
-                ¿Cómo que señora? ¿Me ves cara de vieja o qué? Anda que cómo se te ocurre despertarme... Que por las mañanas me levanto de muy mala leche.- Se lo dije bromeando aunque no me hizo demasiada gracia que me despertara.
-                Bueno bueno, que todo ha sido por una buena causa. Y a lo de vieja... Em bueno, ya parece que tengas los dieciocho cumplidos y las arrugas no perdonan a nadie. A mí todavía no me afecta porque solo tengo diecisiete y un cutis terso.- Contestó con una sonrisa traviesa en la cara.
-                ¿O sea que tan mayor parezco, eh? Pues resulta que eres tú más viejo que yo así que retira eso de señora.
-                Venga va, retiro lo de señora y lo cambio por un “bebecita”.
-                Eh, que sólo me pasas por un año, idiota. No tienes remedio.- Contesté dándome por vencida. Al menos estaba con alguien que se tomaba las cosas con humor.- Y... ¿No se te olvida algo que decirme?
-                Em...- Se quedó pensativo- ¡Ah, sí! Que por las mañanas tienes pelos de loca.
-                No te pases listillo. ¿Y lo de la buena causa, qué?
-                ¡Oh! Era una excusa barata para que no me pegaras un puñetazo, o algo peor.- Se quedó mirándome fijamente para ver mi reacción y al ver mi cara de enfado rápidamente reaccionó- Vale vale, Eloy ha ido a comprar algo para el desayuno.
De pronto me di cuenta de que no estaba en el hueco en el que se acostó. No me había percatado de que se había marchado. O aquel chico era muy silencioso o yo estaba perdiendo facultades.
Al rato, mientras Adán y yo charlábamos despreocupadamente sobre dios sabe qué llegó Eloy con tres cafés y otros tantos cruasanes mientras se quejaba murmurando:
-                ¡Madre mía! La de vueltas que me he pegado para encontrar el maldito desayuno...
No pude evitar soltar una carcajada que a Eloy no pareció sentarle demasiado bien. Había pocas cosas que lo sacaran de quicio durante el día, excepto por la mañana y me resultaba gracioso verlo enfadado:
-                Pues una pena, porque no me gusta el café -. Le dije encogiéndome de hombros.
-                Tranquila, que ya me tomo yo el tuyo.

Después de desayunar comenzamos con lo que acordamos el día anterior. Acudimos a tres ancianos que conversaban sobre cuál de ellos sufría el mayor mal. Entre los tres consiguieron indicarnos el lugar en el que se encontraba la plaza de la Iglesia. No nos costó gran trabajo llegar hasta el sitio indicado y una vez ahí no teníamos nada que hacer.
Los hombres a los que escuchamos la noche anterior, de los cuales uno se llamaba  Jorge, no habían discutido sobre la hora en la que sería el encuentro, así que supusimos que se juntarían a una hora parecida a la del día anterior. Sería de estúpidos conversar sobre cómo exterminar a personas cual hormigas a plena luz del día. Ellos salían por la noche como los búhos. Tampoco era muy difícil imaginar qué pretendían hacer con aquellas armas y los 600 aliados.
Aprovechando que no teníamos nada que hacer propuse a los chicos buscar algún lugar en el que nos dejaran tomar una ducha, porque aunque no tuviéramos sitio alguno en el que hospedarnos no era cuestión de ir dejando tufo ahí por donde pasábamos. Los dos aceptaron sin rechistar, sobretodo Adán que tras un gesto en el que se olía las axilas hizo una mueca de asco. Lo hizo de broma, o eso espero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario