domingo, 30 de septiembre de 2012

Capítulo 6


Después de una larga e ininterrumpida caminata encontramos a una señora de mediana edad que se dispuso a dejarnos su cuarto de baño después de explicarle la situación en la que nos encontrábamos. De acuerdo que habría sido más fácil ir a la playa y lavarnos como el agua salada nos lo permitiera, pero era menos higiénico y encima, íbamos a luchar contra el mal. En un cómic seríamos los héroes y ellos siempre van bien limpitos, así que nosotros... ¿Por qué no?
  La acompañamos hasta su casa y una vez ahí nos turnamos para ducharnos. Yo les cogí la delantera a los dos paraditos y rápidamente me introduje dentro del cuarto de baño mientras ellos me esperaban en una habitación de invitados de una sola cama.
Por fin un momento de paz y tranquilidad en aquellos dos días. Al fin estaría sola el tiempo que me costara ducharme.
El baño no era demasiado grande, pero tampoco pequeño. En la pared colgaba un cuadro de un minúsculo barco arrastrado por las olas en medio de un oceáno. “Ais pequeñín, no sabes dónde te has metido” pensé. A ras del suelo había una especie de rendija que imaginé que sería para la ventilación. Sin entretenerme en más detalles me desprendí de la ropa que llevaba puesta y esperé a que llegase el agua caliente.
Mientras me duchaba no podía dejar de darle vueltas a lo mismo. La verdad era que empezaba a preocuparme; ya había pasado algo más de un día, casi dos, desde que me había marchado de casa y mi padre todavía no tenía noticias mías. Esperaba que no se preocupase demasiado y que pensara que estaba tan ocupada con el motocross que se me había olvidado mandarle un mensaje. Ni siquiera serviría de ayuda que hubiera una cabina telefónica por ahí porque no sabía el número de mi padre de memoria.
De pronto, mi mente se centró en algo que ocurría en la habitación de al lado. Se trataba de un hombre que estaba diciendo algo, pero como si no quisiera que nadie inadecuado le escuchara. Susurraba unas palabras que escuchaba a medias. Rápidamente cerré el grifo y cubriéndome con la toalla que tenía me acerqué hasta la ranura que había en la pared. Desde ahí se escuchaba algo mejor, aunque sin total claridad:
-                No te preocupes cariño, los he encerrado con llave y ni siquiera se han dado cuenta todavía-. Comentaba una voz de mujer.
-                Pe... Pero-. Ahora sonaba la voz de un hombre. Parecía confuso y trataba de razonar, pero estaba perplejo por lo que la mujer le había contado.- No sé qué pretendes. De acuerdo que no estén clasificados y no tengamos información sobre ellos, pero no consigo entender cómo han venido a parar aquí. Hicimos que este lugar desapareciera del mapa; hay poca cobertura en la zona, en caso de que alguien tenga teléfono las llamadas que haga están controladas y grabadas, no hay medios de comunicación o transporte, ni internet por la lejanía del pueblo y el rastro de civilización más cercano está a 200 kilómetros... Incluso contratamos a gente para que se hiciese pasar por turista y los pocos habitantes que hay no sospecharan. Resulta que ahora vienen tres críos burlando nuestra seguridad y se va todo al traste. No consigo entenderlo.
¡Jo-der! No teníamos ni idea sobre aquel extraño pueblecito y de repente el hombre lo soltó todo de golpe. No me dio tiempo ni a digerir toda aquella información.
-                Estate tranquilo. Aunque no sepamos nada de ellos tampoco pueden hacer nada. Son simples adolescentes encerrados en una habitación. Además, si desaparecen al igual que el resto del pueblo nadie los echará de menos.
-                Está bien. Diles que no pueden salir, que hay toque de queda y que se queden tranquilos-. Contestó el hombre mientras cruzaba la puerta de camino al pasillo con su mujer (o eso supuse) pisándole los talones.
Aquel hombre parecía fuera de sí. A decir verdad, esa voz me resultaba familiar. Tanto que... ¡Oh, dios! ¡No! ¡No podía ser! ¡Aquel hombre era Jorge! El mismo al que la noche anterior habíamos espiado desde el cajero.
Al parecer la mujer había encerrado a Eloy y Adán y ellos ni siquiera se habían dado cuenta. Menudos empanados. Ahora tendría que hacer yo todo el trabajo y sacarlos de ahí. Bueno, al menos el haber sido una chica mala durante algo más de un año me iba a servir para algo y por fin iba a poder sacar a relucir mis dotes.
En un ataque de nervios me apresuré a vestirme con la ropa que había sacado y estaba apoyada en el lavabo. No había tiempo de secarme el pelo ni de preocuparme por las pintas que debía de llevar. Abrí la puerta haciendo el menor ruido posible y dejé el grifo de la ducha abierto para que pensaran que seguía duchándome.
En una milésima de segundo me apoyé contra la pared con tan mala suerte de rozar con el cuadro del barquito. Mi corazón se quedó parado durante el segundo en el que el cuadro se apresuró hasta el suelo. Por desgracia no fui la única en escuchar aquel estruendoso ruido, a la señora de la casa también pareció molestarle.
En un gesto de desesperación cerré el grifo de la ducha ya que no iba a servir para nada y colgué el cuadro en su respectivo clavo. Traté de actuar lo más natural posible para no dar a entender que los había escuchado hablar y sabía cuáles eran sus intenciones:
-                Uff, no sabe usted lo qué le debo-. Dije tratando de esconder todo el terror que sentía al saber las intenciones de aquel matrimonio - Esta ducha me ha dejado como nueva.
-                Me alegro-. Dijo con una sonrisa que realmente parecía sincera mientras mentía como una bellaca- Hoy os vais a tener que quedar aquí porque resulta que hay toque de queda para las dos de la tarde y falta muy poco para entonces. No quiero que os pase nada malo.
-                Algo pronto, pero bueno-. “Tú lo que quieres es asarnos en el puchero, vieja loca” pensé para mis adentros. Pero tenía que disimular, así que cogí mis cosas y caminé hasta la habitación mientras la notaba a mis espaldas acechando como un lobo.
Me sorprendió ver que al intentar abrir la puerta no hubo nada que opusiera resistencia. Disimulé el asombro que esto me causaba y crucé la puerta para juntarme con los dos panolis.
Allí estaban ellos tan tranquilos, tumbados encima de la cama. No veía el momento de que la vieja se marchara para contar todo a aquellos dos y que se espabilaran de una vez por todas.

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